EL CHOCÓ EN LA GUERRA DE LOS MIL DÍAS 1899/1902 POR : DELFINO DÍAZ RUÍZ.

 

Istmina o el Tambo como era conocida esta población durante los días de la Guerra de los Mil Días

El autor de este texto Combatió entre 1989-1902 en la Guerra de los Mil Días en el Chocó , donde gracias a su heroísmo fue ascendido a Coronel.«Don Delfino Díaz Ruíz fue un egregio intelectual y periodista, empresario y gran dirigente político de su época. Ocupó los cargos de Secretario de Gobierno y de Hacienda de la Intendencia, Presidente de la Junta de Hacienda intendencial, Intendente, Juez de circuito, Parlamentario, Alcalde de Quibdó y, además, coronel de la Guerra de los Mil días. .» Julio Cesar Uribe Hermosillo,29 de junio de 2021.

Fue presidente de la Asociación de veteranos de la Guerra de los Mil Días y produjo este completo informe ,hasta ahora inédito, sobre los acontecimientos de guerra durante este período en el Chocó.

De igual manera se encuentra este informe de su autoría EL CHOCO EN LA GUERRA 1899/1902 DE dentro del libro «Relatos de Campaña» de Benjamín de la Calle,publicado en 1937

DATOS SOBRE LA REVOLUCION DE 1899 – 1902 EN EL CHOCÓ

POR DELFINO DÍAZ RUIZ


DELFINO DÍAZ RUIZ.
Cuando tuvimos noticias en Quibdó, de haber estallado la guerra, el mes de noviembre de 1899, tocaba a su fin. Se decía que todos los movimientos bélicos de Santander, Tolima, Cundinamarca, etc., habían sido sofocados. Los boletines oficiales los daban por dominados y anunciaban el total aniquilamiento de las “pocas guerrillas que merodeaban en algunos sitios”. Estos nos lo anunciaban en medio de música, mueras y abajo al liberalismo, cuando faltaba apenas medio mes para la hazañosa batalla de Peralonso y cuando el partido liberal, aunque derrotado en Bucaramanga y otros campos, tenía en Santander, Boyacá, y Tolima ejércitos aguerridos y bien organizados.

 Carecíamos los chocoanos de oficinas telegráficas y apenas contábamos para comunicarnos con el interior de la República con un mal camino de herradura que partía de Quibdó e iba a Bolívar – Antioquía – pasando por la población conservadora del Carmen (Chocó) situada en el límite con el departamento citado. Con otras provincias del antiguo Cauca – el Cauca grande – existían vías de comunicación primitivas que terminaban en Tadó, Nóvita y Sipí.

 Un día recibimos las liberales gratas nuevas de la situación de la guerra. Procedían ellas de copartidarios antioqueños, y resolvimos lanzarnos a la lid estimulados por el amor a la idea y por las hostilidades constantes de que éramos víctimas. Los Prefectos de Atrato y San Juan, secundados por los alcaldes y respaldados por cuerpos militares constituidos con motivos del estado de guerra, presionaban cada vez más fuertemente a los revolucionarios -que éramos todos o casi todos los habitantes de la región-. No obstante, las noticias del gobierno –en todas las cuales se daba por vencida la revolución y como muerto al general Rafael Uribe Uribe- el entusiasmo crecía entre nosotros, la juventud liberal chocoana tuvo como día de fiesta el en que se dio lectura al decreto declarando turbado el orden público y suspendidas las garantías constitucionales. - Estas, que consistían para nosotras, en persecuciones frecuentes y en medidas de coerción, representaban, pues, muy poca cosa…

 Los ánimos estaban preparados para la lucha. A las medidas de coerción inherentes y consecuenciales al estado de anormalidad, existía otra causa de animosidad entre nacionalistas –que así se llamaba los que gobernaban- y liberales, -la que determinó un estado de intranquilidad y zozobra que había comenzado el día 29 de abril 1894.- En esta fecha fue de todo punto imposible al liberalismo soportar calmadamente las burlas y provocaciones lanzadas a su faz, porque habiéndosele coartado de modo cínico y desafiante el derecho a sufragar, tuvo que asumir, en guarda del honor de la causa, una actitud poco pacífica, que culminó con la ruptura de urnas y listas, y la posesión de las armas con que se trató de intimidarlo. –

 No pararon allí las cosas. Tras breve etapa en la que el gobierno de la Provincia del Atrato adoptó una actitud de disimulo y ambigüedad que lo mismo podía interpretarse como un reconcomiendo de la razón con que habíamos procedido el 29 de abril, o como una oculta preparación para la venganza y el desquite, se presentó un día a las puertas de Quibdó la primera compañía del Batallón Junín y anunciaba su arribo con toques de clarín y con maniobras que bien podían entenderse como una prevención hostil. – Respaldado los regeneradores por ese cuerpo del ejército nacional que reforzaron armando a todos los civiles, los jueces iniciaron su labor –que no podemos calificar de justiciera, -porque tenía caracteres de parcialidad y prevención. Estuvieron de moda las órdenes de prisión contra los liberales, quienes purgaron por largos meses, y en inmundo local, su erguida actitud ante las mofas y el desconocimiento de sus derechos de ciudadanía. –

 Paralela con la acción de la llamada justicia ordinaria, colaborada por las autoridades políticas y por los agentes del fisco, corría la de la soldadesca instigada por su jefe que tendía la ruana a los liberales que estaban fuera de la mazmorra provocándolos con insultos, amenazas y aun vías de hecho. La mujer liberal fué también víctima de irrespetos e insultos.

 La atmósfera política estaba, pues, al rojo, cuando el partido se lanzó a la revuelta. Faltaban, naturalmente, las garantías que, si nos habían sido negadas en la paz, no era cuerdo esperar en medio de la turbación del orden constitucional. Había sido sonado la hora de las exacciones, la persecución y las presiones políticas, de que no escaparon los conservadores históricos; y tanto por esto, como por el anhelo vehemente que nos poseía de entrar, al igual que nuestros hermanos del resto de la patria, salimos sigilosamente de las poblaciones, y fuimos a los campos donde los labriegos se unían a nosotros dispuestos a luchar.

 Era una de las noches postreras del mes de noviembre, o una de las primeras de diciembre de 1899. En los campos cercanos a la ciudad de Quibdó habían formados cuerpos de voluntarios que aguardaron la voz de mando. En nuestros relojes se registraba la hora de las dos de la madrugada cuando subíamos por la margen izquierda del Atrato, y pasábamos frente a la ciudad, oyendo la voz de los centinelas conservadores. Nos dirigíamos a Guaqueramá, sitio previamente acordado para la concentración de tropas. La nuestra, constituida por lo más granado de la juventud quibdoseña, contaba unos doscientos hombres y procedía del ingenio del Oriente, centro entonces de actividades revolucionarias donde los liberales encontraban simpatías protección y medios de acción.

Dr. Heliodoro Rodríguez

 
En Guaqueramá se resolvió atacar a los regeneradores acantonados en Quibdó, aun en la misma población si las circunstancias lo imponían así. Organizadas las fuerzas y subordinadas –todas- al jefe del Dr. Heliodoro Rodríguez, cuya actuación venia sintiéndose en las filas del partido desde una década antes, se dió la orden de movilización, cumplida en forma tal, que las avanzadas de las tropas liberales eran vistas por las fuerzas del gobierno acantonadas en la ciudad. Esto produjo una expectación penosa porque se medían las consecuencias de un combate librados en sus calles; y el Prefecto de la Provincia, que lo era don Rafael Conto, cuyos anhelos pacíficos habían tropezado con la acometividad del jefe de las tropas, pudo crear un ambiente propicio a conversaciones entre notables elementos liberales y conservadores de la localidad, ofreció por escrito, garantías plenas para los que estaban en armas, a condición del desistimiento de atacarla. La oferta fue enviada a los jefes liberales y aceptados porque, además de las noticIas desfavorables para la suerte de la revolución que les fueron suministradas, el Prefecto se había cuidado de exigir la entrega de las armas, seguramente porque sus efectivos eran desde todo punto de vista inferiores a los nuestros. Deponíamos, por el momento, nuestra actitud, en fuerza de las desfavorables noticias que llegaban a nosotros y por ahorrar una población netamente liberal los peligros y azares de una lucha en su seno.

 Nos dispersamos. El jefe Rodríguez con varios jóvenes y soldados se dirigió al Rio Baudó, en la que ofreció mantenerse en expectativas para eventos futuros que no tardaron en presentarse. Quien firma esta narración se dirigió con sus compañeros al Ingenio de Oriente donde estuvo atento al desarrollo de los acontecimientos con auxilio de expresos que se enviaban al departamento de Antioquia por las vías de Bebará y Pabón.

 El gobierno, en sus comunicados, nunca dijo la verdad. Así, los conservadores no sabían sino de triunfo de sus ejércitos y, consecuencialmente, de los insucesos de la revolución. Poco después de la batalla de Peralonso, que el gobierno celebró con música, cohetes y dianas, supimos la verdad de lo ocurrido. Leyendo las proclamas del egregio Uribe Uribe, el entusiasmo liberal se desbordó y se dispuso –sin dilación- levantar de nuevo las tropas liberales para dar un golpe decisivo.



Habíamos adoptado la firme resolución de estar sordos a toda intervención que se desviara de nuestro propósito bélico. Y, más todavía cuando, alentados los regeneradores por la falsa nueva que les comunicara el gobierno central de haber triunfado en Peralonso, olvidaron la palabra empeñada por el señor Conto. En su carácter de jefe civil y militar del Atrato, y volvieron a utilizar a los liberales, aun a aquellos que siempre habían observado una conducta pacífica.

General Rafael Díaz Morkum,

 Constituidos los núcleos revolucionarios de Lloró, Munguidó, Oriente, etc., esperábase el retorno del jefe Rodríguez a quien ya se había noticiado del éxito de nuestras armas en Santander, cuando se presentó por el alto Andágueda el General Rafael Díaz Morkum, intrépido luchador, acompañado del coronel Jesús María Lenis y de los ayudantes Enrique Gómez y González, venían al Chocó después de desgraciados hechos de armas en los que el derroche de valor fue impotente contra el poderío de ejércitos numerosos del gobierno, dejaba atrás, muertos en los campos de lucha de San Luis y otros, al intrépido general Carrera y a Timoleon Díaz, su sobrino.

 

Para mantener la moral de nuestras tropas ocultamos la verdadera situación en que se representaba el célebre general y, en acuerdo con él, se dio a las cosas un giro que fue altamente favorable. Las autoridades conservadoras de la Provincia supieron entonces que Díaz M, llegaba al Chocó con un ejército aguerrido cuyo objetivo era la posesión de Quibdó. Se logró llegar al ánimo de las autoridades la inutilidad de una lucha desigual y la conveniencia de una entrega. El señor Conto –antes tan decidido por la solución pacifica- monstrose belicoso, al poco tiempo que el jefe de las fuerzas, el mayor Serrano, hijo de Santander, se inclinaba francamente a la entrega. Entre tanto las fuerzas se movilizaban lentamente, desde el cuartel general de Lloró y, al fin, el día 20 de enero de 1900, a las doce de la noche pudimos darnos cuenta de que las fuerzas del gobierno habían huido tomando la vía de Tutunendo, dejando abandonado muchos fusiles, pertrechos, vituallas y otros elementos. El 21 del mes precitado las tropas del general Díaz Morkum en número de mil doscientos hombres tomaban posesión de Quibdó.

 El primer movimiento de reacción por parte del gobierno provino de Cartagena –El vapor “MARÍA HANNABERGH”, que poco después se hundió en el lago de Maracaibo, armado en guerra se presentó con tropas en un sitio cercano de la población. Recibida la noticia, el general Díaz Morkum dispuso la defensa del puerto y durante toda la noche hubo enorme actividad y grande expectativa. Al que suscribe se le dio el título de Capitán y se le designó como jefe de día. El barco no se atrevió a avanzar y volvió su proa desde el Guayabal –que así se denomina el punto donde anclo- con rumbo a la heroica.

 

 Cándido Tolosa,jefe militar

Entretanto se habían desarrollado en Antioquia sucesos bélicos adversos a la revolución, cuyas tropas estuvieron al mando de Fidel Cano, Jorge Enrique Delgado, Cándido Tolosa, (jefe militar) Miguel Salas, Gorgonio Uribe y otros beneméritos patriotas. En el combate de Aguacatal, donde las tropas liberales se midieron con las del gobierno, sufrieron aquel tremendo revés y los citados jefes – excepto Delgado y Cano- tomaron vía al Chocó acompañados de los coroneles Fabricio Becerra, Román Restrepo, Anacleto Peláez, de los Mayores López F. y Restrepo, y de muchos oficiales y algunos soldados y se presentaron en Quibdó, donde fueron recibidos fraternalmente en medio del mayor entusiasmo. Esperaban los jefes Tolosa y Salas recibir noticias de un armamento para la guerra en Antioquia, que nunca llegó y mientras estuvieron con nosotros –cosa de varios meses- contribuyeron con sus luces y conocimientos a la organización del ejército y el gobierno revolucionario del Chocó, puesto por decisión unánime del liberalismo chocoano bajo la dirección Dr. Heliodoro Rodríguez, como jefe civil y militar del Chocó quien a su turno me honró nombrándome su ayudante general. Rodríguez procedía del San Juan en donde había dado el grito de rebelión.

 Las primeras actividades fueron, pues, de organización. Amenazados por las vías de Atrato (carta e a) el Carmen y Arquía, y por las de Cartago – Nóvita, Apía y Sipí. Fue preciso atender inmediatamente el peligro y se guarneció Bella Vista (camino Quibdó – Bolívar) el Alto Andágueda (Tronquito, etc.), se artilló el punto estratégico de Paina o Tanguí, sobre el Atrato, con cañones de los que usaron españoles y patriotas en la guerra de la independencia. La fuerza de Bella Vista se confió al coronel Peláez; la del Andágueda al coronel Lenis y otros jefes nativos, y en Paina al capitán Heliodoro Gonzales. En Quibdó, se montó en la parte norte, en uno de los puertos, un gran cañón de la misma procedencia de los citados antes. Todos los cañones fueron montados y probados por el valeroso artillero, coronel Becerra y se comprobó que en un caso dado esas armas constituían una temible amenaza para cualquier barco que se pusiera a su alcance. El sitio de mayor peligro era el de Bella Vista, en el Atrato y en el San Juan, las vías de Cartago y Apía por las cuales se amenazaban a Tadó, Condoto y San Pablo (Istmina) y Nóvita, por la primera. Tadó –baluarte conservador- era el objetivo de las fuerzas liberales y conservadoras.

 Las fuerzas conservadoras amenazaban constantemente por diversos sitios del Chocó. Peláez esperaba confiado en su posición de Bella Vista, a la que concedía un valor estratégico excesivo, -era un valiente jefe, a quien a sus setenta años no habían detenido en su hogar-. Bella barba blanca y la cabeza ennoblecida por la nieve de los años, habíase distinguido en Aguacatal y era el dueño de la llave de la ciudad de Quibdó, que dormía tranquila bajo la vigilancia de tan valerosos jefes. En, pero, una madrugada, él y sus 150 compañeros fueron sorprendidos por un asalto furioso del enemigo, y no obstante los actos de arrojo y de valor ejecutados, cayó prisionero con muchos de sus oficiales y soldados. Bella Vista, no era, pues, inexpugnable, como se creía. Recibida en Quibdó la mala noticia, se dio la orden de movilización inmediata sobre Tutunendo y Bella Vista habiendo alcanzado el mismo día del asalto al llegar al poblado de Tutunendo, en el cual encontramos que las tropas del gobierno al mando del capitán Tirado hacia poco habían abandonado la posición, al saber que nos aproximábamos. Se ordenó la persecución, llevada a cabo por el entonces capitán Rubén Rivas, valeroso militar, que luego se lució en acciones posteriores.

 El 31 de marzo de 1900 habíamos tenido un revés de mayores proporciones, que el anterior, pero con un epílogo brillante para nuestras armas. Como jefe de operaciones el suscrito había situado su campamento en el Alto de Banqueta, cerca de la población conservadora de Carmelo, con el objeto de vigilar los movimientos del jefe conservador coronel José María Rincón, que se movía sobre Tadó y San Pablo (Istmina) e impedir una posible invasión al Atrato por esa vía. Las tropas de Rincón venían siendo hostilizadas por nuestra guerrilla del Alto Andágueda, especialmente la comandada por el coronel Lenis, segundo del general Díaz Morkum. Recibí la orden del jefe civil y militar – Rodríguez- de dirigirme a marchas forzadas sobre San Pablo (Istmina), por vía de Cértegui, a unirme a las del jefe citado con el fin de descender a San Pablo. Íbamos a presentarle frente a Rincón que había ocupado Tadó y se dirigía sobre San Pablo. Juntos las fuerzas del suscrito y las del Dr. Rodríguez llegaron al Tambo, situado en el extremo de la vía de tierra que conduce a Istmina. Esto ocurría el 30 de marzo de 1900 a las seis de la tarde.  Tras breve descanso y frugal refrigerio, salimos a marcha forzada, rumbo a la población que esperábamos ocupar primero que Rincón dos o tres kilómetros habíamos recorrido cuando se nos confirmó la noticia de que las tropas gobiernistas estaban ya en San Pablo. Continuamos la marcha y a las ocho de la noche en letras accedimos al barrio de Pueblo Nuevo, compuesto de casitas cubiertas apenas por techumbre de paja, sin paredes. Un enorme creciente del San Juan y la quebrada de San Pablo, impidieron el paso nuestro a la población, y esto modificó sensiblemente nuestros planes, y decidió –quizás- el insuceso de la jornada que debía cumplirse en la madrugada del 31 rodeados de densa oscuridad, notificados por lluvia tenaz, hubimos de disponer las cosas como mejor se pudo. En las horas de la madrugada, por el paso de Amarracanoas, pasó con el agua a la cintura la primera compañía del batallón Quibdó y tomó posiciones en la

teniente coronel Dionicio Echeverry

izquierda,
al mando del teniente coronel Dionicio Echeverry; el centro quedó al mando del jefe Dr. Rodríguez y el suscrito, y la derecha se confió al capitán Arturo Ferrer. Un incidente inesperado hizo que los fuegos se rompieran a las 4 de la mañana o un poco antes. La primera compañía se batió con denuedo hasta que, herido su jefe el teniente coronel Echeverry y agotados sus pertrechos, hubo de replegarse sobre el centro, abandonando sus posiciones que iba ocupando el enemigo, que llegó a situarse en una pequeña altura frente al sitio ocupado por nosotros. Los fuegos de las tropas gobiernistas se dirigían entonces sobre el centro, desde aquella altura y desde las calles de San Pablo, a una distancia que no excedían de 150 metros. El ala derecha tuvo también que retirar bajo nutrido fuego del enemigo por agotamiento de pertrechos y se dirigió al centro. En este sitio se sostuvo aun la lucha por cerca de dos horas, pero al ser noticiados de la aproximación de la retaguardia de Rincón que venía por la espalda de nosotros, se tocó retirada, la que se verificó en orden absoluto. En esta acción tuvimos varios muertos y heridos, y causamos fuertes bajas al enemigo.

 Deseo consignar algunos incidentes del combate. El valeroso oficial Antonio Gallo, que luego se cubrió de gloria en Panamá al mando del invicto Herrera, había ido con un revólver y un machete como armas. Como notaria que un soldadito usaba con demasiada parsimonia su carabina, lo increpó por eso, y, tomando el arma, disparó con tan mala suerte que el cartucho reventó y le ingresaron esquirlas a la vista dejándolo casi ciego. Furioso, Gallo no se dejó conducir a sitio seguro, sino que tomando una silla la recostó en un estantillo de los que sostenían la casa, con el frente a la población de donde llovían sobre nosotros las balas desde las calles y desde la loma ocupada por las tropas adversas. Allí permaneció hasta que se tocó retirada. Las fuerzas combatientes estaban en muchos sitios a cortísima distancia.

 El soldado Francisco Gutiérrez vio que la corneta del gobierno estaba en sitio dominado por la revolución, e informó esto a los compañeros. Un buen tirador apunto y disparó sobre la corneta, introduciendo su proyectil por la campana de la corneta, y dándole muerte instantánea. Pero del lado opuesto también se observaba y espiaba a nuestra fuerza y sucedió que un tirador del gobierno al ver caer al corneta, apuntó sobre Gutiérrez y le incrustó un proyectil en la frente, matándolo también. Merece mención la conducta del baquiano que desde San Pablo Adentro se prestó a guiar en las horas de la madrugada cuando se inició el combate, la retaguardia de Rincón, mediante rodeos y llevándola por sitios que no conducían a la población atacada, demoró la llegada de ese refuerzo, cuya presencia hubiera sido fatal para nosotros, pues hubiera llegado a la ciudad por un camino que salía precisamente a nuestra espalda. Iniciada la retirada, dejamos el sitio por donde debían llegar las fuerzas conservadoras, las que se presentaron pocos minutos después de nuestro paso por él.


 En el Tambo, acampamos y permanecimos dos días, mientras esperábamos auxilio de pertrechos que habíamos solicitado a una fuerza liberal que estaba cerca del sitio del combate, y que no se movió hacia él por causas que ignoramos. El dos de abril dos días después de la retirada recibimos correspondencia en la que se nos negaba el auxilio. Después de breves deliberaciones, el jefe Rodríguez cuya única arma era un paraguas bajo el brazo, visiblemente contrariado por la falta de compañerismo que implicaba la negativa, ordeno marchar sobre San Pablo. Relajada como estaba la moral de la tropa por el insuceso del 31 de marzo, y preocupados por la escasez de municiones (apenas contábamos con trecientos tiros) es fácil imaginar el efecto que produjera la orden ya citada. A las seis y media de la tarde llegábamos a la orilla de la quebrada de San Pablo; allí en una playa bastante extensa que se había formado, dio vueltas y rodeos la tropa, que hasta ese momento venía de uno en fondo y distanciadas las unidades prudentemente, en lugar de avanzar sobre la población como estaba ordenado, y donde las tropas gobiernistas bajo el comando de su capitán Mejía (alias Grillo) esperaban, bala en boca, listas para disparar –el suscrito, injustamente reprochado por el jefe Rodríguez hubo de usar expresiones severas, que dieron el resultado de restablecer la marcha y así, en medio de vivas al liberalismo, abajo a los godos, entraron las fuerzas recorriendo la calle principal, hasta la de San Juan, y del asombro que produjera la retirada del enemigo, sin disparar un tiro. Fácil es comprender lo difícil que hubiera sido para la tropa liberal sobreponerse al convencimiento de su debilidad, debida a la carencia de municiones, si Grillo que nunca pensó que era atacado por los derrotados del 31 de marzo, asume una actitud distinta de la que adopto ofreciéndonos una victoria incruenta.

 San Pablo es malísima posición. Por esto, pocas horas después de haberlo ocupado el 2 de abril, nos retiramos posponiendo para más tarde el guarnecerla. El Gral. Tolosa encontró acertada esta determinación y, a petición del Dr. Rodríguez, honró al que esto escribe con el título de Coronel.

 El gobierno optó por desocupar Tadó y concretó sus fuerzas en Apía, Ríosucio y otros centros. Nuestras fuerzas la ocuparon y luego la dejaron para ir a guarnecer otros sitios amenazados. Una fuerza conservadora al mando del Gral. Cerezo, atacó a las del coronel Nepomuceno Mejía en Juntas del Tamaná en la acción que fue de resultados desfavorables para el liberalismo, resultó Mejía herido en una pierna y muchos de sus soldados fueron muertos y heridos. El enemigo tuvo también numerosas bajas –por la vía de Naranjal (Sipí) hubo otra invasión gobiernista. Que se vio obligada a retirarse. Nuevamente invadieron los gobiernistas la provincia del San Juan, ocuparon Tadó, sede conservadora, donde en el curso del año 1900 y 1901 hubo repetidos encuentros casi todos adversos a nuestras armas. Esta escrito que no terminaría este último sin que nuestras tropas libraran acción victoriosa.

El 21 de noviembre de 1901, fue de triunfo definitivo. Un buen día del mes citado, cuando la jefatura civil y militar estudiaba un plan de invasión sobre El Carmen (Chocó), se recibió un oficio con procedencia de Tadó, donde el comando de las fuerzas conservadoras acumuló insultos, calumnias e invectivas contra el ejército revolucionario y sus jefes. Ese documento terminaba retándonos –si éramos caballeros- a combatir con las fuerzas gobiernistas y, añadía, que, si no íbamos, ellas vendrían a castigarnos y a dar garantía a las damas, etc.

La nota produjo una sensación terrible. Fue general la indignación. La jefatura civil y militar ordenó una movilización inmediata sobre la Provincia de San Juan, con Tadó por objetivo. Al día siguiente las tropas de la revolución se movían con rumbo a San Pablo (Istmina) punto de tránsito en la marcha hacia Tadó. Se adoptaron medidas de rigurosa vigilancia; se cerró toda comunicación por las vías de acceso al San Juan. Era preciso para el éxito rodear los movimientos de todas las seguridades Y preocupaciones para asegurar un golpe eficaz y lo dimos.

 El gobierno tenía en Tadó más de trescientos hombres, bien armados y equipados. Nuestros efectivos alcanzaban poco más o menos a las mismas unidades. Íbamos bien armados y pertrechados. Al ocupar San Pablo, donde tuvimos un revés, por carencia de suministro, XX pensábamos cuan distinta era ahora nuestra situación. Fuera de la dotación entregada a cada unidad, llevamos varias cajas de proyectiles de fusiles. En vía desde Taridó se nos unían contingentes de voluntarios, allí incorporamos la fuerza del valeroso capitán Ceferino Rengifo. En San Pablo se nos unieron muchos soldados procedentes de Condoto, sedientos de venganza pues que el día anterior las fuerzas del capitán Lino Abadía (conservador) habían asaltado la población y victimado a muchos de sus deudos.

Nuestras precauciones fueron tan severas, que el enemigo no supo de nosotros sino el 21 de noviembre, a las seis de la mañana, cuando se rompieron los fuegos.

 Habíase acordado –como táctica- destacar la fuerza del capitán Rengifo, que en otras ocasiones había peleado con los conservadores en Tadó, con la consigna de romper el fuego a las seis y sostenerlo a toda costa por todo el tiempo que le fuera posible. Se esperaba que los ocupantes de la población citada, creerían –y así fue- que la lucha iniciada era como tantas otras un episodio cuyas consecuencias ellos se sabían, y así ocurrió, poco más o menos a las once del día, las fuerzas gobiernistas habían realizado fácil victoria sobre Rengifo, a quien hicieron muchas bajas por muerte y heridos en el combate y cinco más fusilados. La retirada de Rengifo se verificó, dejando el campo del adversario. Estos volvieron a su centro y se dieron a la orgía en la que no faltaron los del piquete que tenía a su cargo la vigilancia del rio San Juan, por lados de Santa Lucía, por donde era posible una sorpresa liberal. Así el paso de nuestras tropas se hizo tranquilamente en las dos embarcaciones que al efecto habíamos hecho transportar desde varias leguas atrás. Tadó era un campo de regocijo. Rondas de música y soldados ebrios recorrían las calles en todas direcciones, dando vivas al gobierno, mueras a los rojos, acompañando esas frases con actos de violencia contra los prisioneros -mujeres y hombres del pueblo- en estado de embriaguez –contribuían a la algazara infernal que oíamos impacientes desde la orilla derecha del rio Mungarrá donde estábamos medio ocultos en un rastrojo, mientras las fuerzas al mando del coronel Carlos Modesto Jiménez por una parte y las del teniente coronel Rodolfo Castro B., por otra llegaban a sus posiciones y daban la señal convenida. Distábamos de la orilla del Mungarrá donde está la población por uno de sus lados, unos cincuenta o sesenta metros y habíamos llegado a ese sitio utilizando un camino de cazadores, que con mil dificultades y lentitud desesperante recorrimos oyendo las descargas que se cruzaban el capitán Rengifo y las tropas de Tadó.

 Posesionados los cuerpos del ejército Liberal de los sitios previamente acordados, y oída la señalada por las cornetas, desatamos sobre una acción ofensiva sostenida en medio del pánico y la sorpresa que en los primeros momentos se apoderaron de los gobiernistas de Tadó. Repuestos de la sorpresa, organizaron la resistencia y pelearon bravamente. Veíamos recorrer el campo con la bandera azul al abanderado Moisés Delgado; veíamos correr de todas direcciones al intrépido Cesáreo Gómez, jefe de uno de los batallones del gobierno, hasta que herido en un pie lo perdimos de vista. Valerosamente defendieron sus posiciones los conservadores hasta las tres de la tarde hora en que el toque de carga repetido en todos los cuerpos, estos se lanzaron sobre las calles con ímpetu arrollador, trabándose una lucha cuerpo a cuerpo con los defensores de la plaza. Tadó quedó sembrado de cadáveres y heridos.

 Hubo episodios notables. Como el hambre se hacía sentir entre los que con el jefe Rodríguez teníamos el centro de la lucha, se dispuso que mientras almorzábamos, una parte de la fuerza atendiera a los que desde las calles de Tadó y desde muchas casas de la población que dominaban el sitio donde estábamos, nos atacaban; pero con especialidad a un hombre valeroso e hidalgo quien asombra a intervalos por una boca calle, nos saludaba sombrero en mano, disparaba su arma y con un nuevo saludo se despedía hasta nueva aparición. Lo cierto fue que, a poco de estar en ese ejercicio, el tipo de su relato iba acercando sus proyectiles a nuestras humanidades, quitó los dientes al soldado Fladio Caicedo y desfloró un arbusto en el rostro del mayor Ángel Arriaga e hirió a otros soldados, lo que nos obligó a concertar la forma de deshacernos del gallardo y gentil, pero peligroso adversario, y así dispusimos corresponderle saludo con saludo y proyectiles con proyectiles, dando en tierra con él. No se doblegó en presencia nuestra, recibió las heridas mortales y despidiose para no regresar. Cuando penetramos por la calle donde aparecía y se ocultaba esa valentía, lo vi, inerte, de cara al sol, sonreído y experimenté una tristeza sensación de dolor y de pena ante los despojos de ese hombre. Yacía sobre una cerca en la esquina… en medio del asalto, el que esto escribe se dirigía hacia la parte alta de la población con un pelotón de soldados y al cruzar frente una calle pude ver que un hombre de ojos enrojecido, de aspecto terrible, le tendía el peavodi y que portaba, y lo amartilló sin que diese fuego. Correspondí esa demostración blandiendo mi pequeña carabina, ya que carecía de proyectiles, y nos empeñamos el soldado cuyo nombre era el de Carlos María Mosquera- y yo, y perdida yo terreno por la mayor longitud del peavodi, cuando llegaron mis soldados, quienes tomaron por su cuenta a Mosquera a quien tuve que salvar de un fusilamiento sin formula de juicio. Cuando se dió el toque de cargar, fue necesario en el sector atacado por nosotros tomar algunas embarcaciones que estaban en la orilla opuesta, es decir, en la población y en las cuales embarcaciones defendían desde las casas los conservadores, con certera puntería. Había que tomar esos vehículos a toda costa, y todos quedamos admirados ante el arrojo del soldado Andrés Mosquera quien despreciando la lluvia de proyectiles que lanzaba los defensores de la población, lanzó al agua, llegó a la orilla de entrantes, soltó la embarcación y con auxilio de otro hombre cuyo nombre lamento no recordar, tomó el mando del vehículo y lo puso a nuestra disposición, peligroso el acto de tomar la canoa; pero no tuvo nada de cómodo el de ocuparla, en medio de las balas, las que cesaron quizás porque los que las dirigían pasaban a las calles a encontrarse con nosotros.

 Simultáneamente con estos movimientos y obrando todos con la consigna de vencer que se nos había dado, los cuerpos del coronel Jiménez y del teniente Coronel Castro, se empeñaban en luchas de cuerpo a cuerpo con los defensores de la plaza por las vías de acceso por donde atacaban.

 La jornada constituyó un triunfo completo. Entre los prisioneros que fueron muchos estaba el autor del reto enviado a la faz de nuestro ejército. El no salía de su asombro, creía tener una pesadilla, viéndonos dueños del baluarte inexpugnable. Con aquel jefe, cayeron muchos otros militares y civiles y gran número de armas y municiones y otros elementos.

 Hubo exceso de parte de los nuestros; pero los adversarios habían ejecutado al comenzarse el combate, actos de barbarie con los liberales prisioneros. Todos aparecieron muertos.

 No puedo dejar sin mención un episodio impresionante. Al llegar a la plaza principal de Tadó vimos a un hombre, que corneta en mano, tocaba dianas de victorias. Era desconocido y nuestra admiración subió de punto cuando, al saber quién era fuimos informados de que su padre un conservador, había muerto a manos de un soldado liberal pocos momentos antes, lo que no fue óbice para que Abraham Arce que así se llamaba el ciudadano a quien menciono expresara con dianas en medio de su duelo inmenso, su amor a los principios liberales.

  Así terminaba para la Revolución del Choco el año 1901. En sus comienzos hubo pequeñas acciones en todos los sitios del Chocó. En este año arribó a Quibdó el célebre General Avelino Rosas, y, después de permanecer algunas semanas y dictar ordenes de mejor organización, tomó la vía que habría de conducirlo a un final melancólico, como pasto de las turbas fanáticas del sur de Colombia.

 El de 1902 fue relativamente tranquilo también hasta su primera mitad. Desde julio se notaban movimientos conservadores concertados para invadir a la vez por distintas vías. La más poderosa invasión se hizo por la vía del Carmen, y costaba con más de 600 hombres al mando del general Alejandro Vélez el jefe que dio el primer asalto a Bellavista y del coronel don Rafael Conto y Polo, bizarro militar que se había hecho célebre por su valor en la batalla de Palo negro, estaba escrito que las armas regeneradoras tendrían en esta campaña un suceso y así ocurrió en septiembre en la acción de Tutunendo.  

No fui actor en esta y lo que relato lo debo a informes del mayor Francisco Jiménez, que concurrió a ella.

Sabida la decisión de atacar a Bellavista y tomar a Quibdó, el jefe, Gral. Padilla, envió a Jiménez al campamento ya citado con órdenes y prevenciones. En el campamento, en momentos en que Jiménez se disponía a regresar a Quibdó a rendir su comisión, se oyeron detonaciones lejanas. Era que en el sitio de la Oveja se habían encontrado la avanzada nuestra, la del ejercicio enemigo. En el campamento se produjo un momento de intranquilidad que Jiménez contribuyó a calamar. Fue enviado el teniente Concepción Domínguez a reforzar con 15 hombres el retén del Capote y sostener el puesto lo más que le fuera posible. Fueron derrotados los sostenedores de esa posición y salieron por entre la selva al poblado de Tutunendo.  En esta aldea se encontraban el mayor Pompeyo Paz, valiente servidor liberal, el mayor Jiménez, a quien referimos estas palabras y las fuerzas disponibles, listos los dos a luchar hasta lo imposible consignan dada en el campamento el 16 y el 17 de septiembre citado, al entrar en acción.

Las fuerzas regeneradoras desalojaron a las liberales de sus posiciones de    Bella vista. Con estas y las que salieron de Quibdó, se hizo una concentración en el sitio de la Concepción, cuartel general. Desde este se enviaron sobre Tutunendo la del mayor Paz y Jiménez con orden de ir a reforzar al coronel Mejía en el paraje de la Guayacana, donde esperaba este último combatir: pero en la vía encontraron con fuerzas de Mejía quien había resuelto cosa distinta. Jiménez y sus compañeros continuaron su marcha

Una vez en Tutunendo los mayores Rivas y Jiménez, optaron por subir al punto de Guayacana con unos pocos soldados, encargando de las fuerzas al capitán Gómez. En el sitio nombrado no había un solo soldado, ni se movía por allí el enemigo, por lo que optaron por retroceder al poblado, decididos a no abandonarlos y a esperar allí el enemigo- Giménez fue encargado por voluntad de los demás oficiales de la organización del combate que se aproximaba- el capitán Gómez fue situado en sitio aparente para defender la entrada, por detrás de la iglesia. Rivas tomó a su cargo la parte baja del pueblo donde el campo será más abierto y más peligroso; el centro se encomendó al capitán González y al teniente Concepción Domínguez, Cada grupo tenía a sus órdenes una corneta.

El enemigo había partido sus tropas. Una compañía vadeo el rio Tutunendo un kilómetro arriba del poblado bajo el comendo del capitán Correa, hombre intrépido, arrojado, y testarudo, cuyo programa era irse a Quibdó, llevando derrotadas, por delante, las fuerzas de la revolución. Y, atravesando la montaña, se presentó tras la iglesia desde la cual empezó atacar dando muerte al soldado Manuel Salvador Villa, y otros, e hiriendo a varios soldados. No se hizo esperar la acción del capitán Gómez quien, con sus famosos tiradores, empezó dando muerte a Correa y sus compañeros de vanguardia, obteniendo como resultado casi inmediato la huida del enemigo que comandaba Correa.  En la orilla izquierda del río se presentó nuevamente la fuerza conservadora y durante todo el día sufrió certeras descargas, de las tropas liberales. El combate estaba trabado y apoco se oyeron descargas por la ribera izquierda del río, descargas que provenían de las tropas de los bravos luchadores, mayor Pompeyo Paz y capitán Lino Meza, quienes con furia a cometían y arrollaban al enemigo que a las ocho de la mañana abandonaba sus posiciones y huía hacia Antioquia, de donde procedía-. Las dos fuerzas tuvieron muchas bajas que lamentar, por muerte, y considerable número de heridos. Declarada la derrota, se organizó la persecución bajo el mando del mayor Paz g, ya citado y del capitán Meza y en la cual perdió la vida por exceso de arrojo y valentía el capitán González –

Posteriormente se combatió en otros sitios del Chocó, con resultados varios y pocos meses después, se terminó la guerra por virtud del tratado del Wisconsin, en el que invicto Gral. Herrera entregaba su espada por amor a la patria y a su soberanía amenazada.

No puede avanzar en estos relatos escuetos, sin hacer que desfilen en seguida los nombres de los compañeros de lucha. ¡Muchos, ay! contestaron lista en las regiones de la eternidad. Me descubro, emocionado, ante la sombra de Heliodoro Rodríguez, prestigioso jefe y alma de la revolución chocoana, cuyo valor corría parejas con su desprendimiento ejemplar. Su arma: un paragua bajo el brazo, que lo mismo portaba cuando como médico hacia el bien a la humanidad, que cuando se ponía bajo el imperio de las balas enemigas. Rodríguez era impasible y sonreía escépticamente frente a las más difíciles emergencias. Evoco a Luis Padilla, cuyos méritos no alcanzaron a impresionar a quienes hablando de “sensibilidades sociales” nunca sentidas arrojaron al gallardo servidor del puesto oficial que desempeñaba, y lo vieron morir- impasibles, indiferentes- en medio de la más espantosa miseria. Ni el sepelio decretado por cumplir una formula oficial, fue pagado. Acciones hay que se convierten en estigma imborrable para el ejecutor y que no debe olvidar el liberalismo. Evoco también, e Dionisio Echeverry, gallardo joven, de alma fogosa y presencia desafiante y altanera, emulo de valientes cuya sangre vertió generosamente en el combate de San Pablo, sin arrancarle la vida, que luego ofrendó como varón, en trágico lance personal. Recuerdo a Rubén Rivas, elemento destacado del combate de San Pablo, cortejador de la muerte en Tutunendo, denodado luchador en Tadó…Rivas, hijo autentico del pueblo chocoano fue el tipo del militar sereno, disciplinado, leal, valeroso, abnegado y sufrido. Me favoreció siempre con su adhesión y su cariño y, al recordarlo, intensa melancolía se apodera de mi espíritu. Y, desconfiado del poder de mi memoria, cito ahora otros compañeros de luchas e ideales, muchos dejaron la vida y para ellos, junto con mi recuerdo, la expresión sencilla de mi cariño entre estos, Julio Cesar Zúñiga Ángel, Cesar Domínguez- Ángel A: Arrunátegui-Alejandro, Arturo, y Adán Ferrer- Enrique Paz-Marcial Vivas- Cesar Baldrich-Ángel, Arsindo, Pedro Primo y Rodolfo Arriaga- Pablo y Aníbal Ochoa- Ceferino Valencia- José A Salazar (Cor) Lucindo Posso- Tiberino y Antonio Posso- El su corneta Echeverry, de Nóvita-Ceferino Rengifo, indio arrojado, temerario y astuto. Gabriel de Porras- Jesus María Lenis- Nicolás Rojas-Basiliso y Abigail Garcés-Cicerón y Mario Andrade- Romany Francisco Mosquera-Manuel Rentería- Nicolás Barrios- Antonio Paz. Coronel Patiño- Mayo Amador-Cor Román Restrepo- Anicleto Peláez- Onofre Cuesta- Eleuterio (a. Domina cui)- Eduardo Ferrer- Ricardo Ferrer- Rubén Castro- Manuel Aluma- Ángel. H. Otalvero- Jorge Perea-Antonio  Gallo- Lino Mesa- Francisco Gutiérrez- Félix Restrepo, corneta- Manuel Cuesta (Brico) José Placido Cuesta- Manuel Invenzo Cuesta – Francisco Hidalgo- José Guerrero Isaías Vergara- Mayor Medina-Coronel Mina- Regulo Ibáñez- Vicente Chaverra- Eladio Mosquera- Carlos Modesto Jiménez(Cor)- Abraham Arce-Miguel Abadía S. Benigno Sánchez- Mayor Nanclares- Ismael González-

|Viven todavía, y constituyen eslabones de la cadena del pasado con la del presente Manuel Valdés, Mario Ferrer- Prospero Ferrer- Pompeyo paz- Cesar Valdés- Arístides Paz G- Rodolfo Castro E- Adolfo Rengifo- José Ángel y Ricaurte de Porras- Rafael Paz- Manuel Antonio Porras- Juan Arrunátegui- Antonio Asprilla. José Antonio Salazar- Augusto Posso V- Ciriaco Londoño Ch- Alberto Lloreda- Samuel Bonilla- Genaro Salazar- Luis F. Gallo- Efraín Porras- Luis F. Gallo- Cesar Valdés- Francisco Arango- Nicomedes Gutiérrez- Manuel J. Chaverra- Eleazar Mejía- Enrique Mejía- Manuel de J. Perea- Juan Antonio Cuesta- Manuelito Cuesta- Antonio Martínez- Arselio Guerrero- Alberto Ibáñez- Mayor Arenas- Adriano y C. A. Ferrer- Belisario Díaz- Jorge E. Díaz- Campo Elías Medina- Eugenio Calderón- Eusebio Campillo- Juan Maturana- Encarnación Murillo- Eleuterio Mosquera- (a Chachajo)- Lino Sánchez- Juan García- Marc al D. Figueroa- Rodolfo Rivas- Rafael Paz- Neftalí Cuesta- Antuco Cuesta, Deofador Valencia- Silverio Quejada- José F. Rengifo- Frasmo Rengifo- Ambrosio Palacios- Jacob Audivert- Eliseo Díaz- Nicolas Castro A- Manuel Aluma E.

Mayor Gonzalo Zúñiga

Cooperadores efices, muertos Mayor Gonzalo Zúñiga- Leoncio Ferrer- Benjamín Ferrer- Enrique Ferrer- Cicerón Ángel- Antonio J. Piedrahita- Leonte Castro Arboleda- Temo haber incurrido en omisiones. Quise recibir el auxilio de personas informadas de una y otra provincias, que me han favorecido con su respuesta. Empero, pido perdón por los olvidos involuntarios, pues hubiera sentido placer muy grande, citando los nombres de los que lucharon en los distintos sectores de actividad, como liberales en la guerra del 99 a 1902- Cierro esta parte de mi relato, evocando una figura para mi querida cuyo recuerdo vive en mi mente- Pablo Perea Díaz- Desde los primeros días de la guerra prestó con desinterés, abnegación, patriotismo y consagraciones ejemplares el cargo de habilitado. El organizó el sistema rentístico del gobierno revolucionario y se distinguió por su honradez acrisolada- La calumnia quiso herirlo, pero con pulcritud y su delicadeza fueron el escudo con que se presentó ante sus infractores- Los que, como el general Rodríguez y yo, sabíamos de la probidad de Pérez Díaz, cumplimos nuestro deber defendiéndole su honor injustamente lesionado. Una noche, fue asaltada la habilitación. El galán es cargó con la caja de camufles. Perea pudo aprovechar ese incidente y haber quedado gozando de comodidad, pues poco antes se habían liquidado derechos e impuestos por varios miles de pesos; - pero no: al conocer el hecho ocurrido en su oficina, exclamo sonreído: Tontos, apenas se llevaron, unos cuantos centavos, que eran el remanente de las operaciones del día.


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